Camino de milagros:
Todos los caminos tienen historias. Pero el camino entre Jericó y Jerusalén es especial, porque cuenta una historia de un gran milagro. En esta entrada me gustaría estudiar la vida de Bartimeo, un hombre ciego que pedía limosna y cuya vida cambió por completo cuando se encontró con Jesús.
Nuestra historia comienza con un hombre ciego, mendigando junto al camino. Termina con ese mismo hombre, sano y siguiendo a Jesús en el camino. Aquel camino, que una vez fue testigo de su ceguera y pobreza, se transformó en el testimonio de un milagro.
El camino entre Jericó y Jerusalén era un camino muy transitado. A unos 29 kilómetros de distancia, Jerusalén era la ciudad sagrada para el pueblo judío, y miles de personas viajaban allí varias veces al año para adorar a Dios. En contraste, Jericó era una ciudad antigua, conocida por su posición privilegiada y su vibrante comercio. Para los judíos que vivían en las regiones del valle del Jordán, Galilea y Judea, Jericó era una parada obligatoria en su camino de subida a Jerusalén. Era un camino seco, árido y peligroso, como ilustra la parábola del Buen Samaritano que Jesús compartió. En esta parábola, un hombre es asaltado y dejado medio muerto en este mismo camino. Un sacerdote y un levita lo ven, pero pasan de largo. Solo un samaritano se detiene para ayudarlo. Si te encontrabas herido en este camino, la única manera de sobrevivir era si alguien mostraba misericordia.
Bartimeo era judío y, seguramente, deseaba subir a Jerusalén y adorar en la ciudad de Dios. Pero como era ciego, no podía transitar por el camino. Para él, el camino no solo era difícil, peligroso y árido. Era imposible.
Bartimeo tenía un sueño, como todos los judíos, de subir a Jerusalén. Pero en lugar de estar en el camino hacia Jerusalén, estaba junto a él mendigando. Para llegar a Jerusalén, necesitaba un milagro.
Seguramente puedes identificarte con Bartimeo. Tal vez estás junto al camino, y no en él. Escuchas a otros caminar hacia aquello que anhelas, mientras te quedas al margen, en necesidad. Todos nosotros, en diferentes momentos de nuestras vidas, podemos sentirnos como Bartimeo. Tal vez ves a tus compañeros avanzando y conquistando, mientras tanto, tú te sientes atascado, haciendo las mismas tareas día tras día, sin perspectivas de cambio o mejora.
Te preguntas cuándo será tu turno, cuándo podrás unirte a ellos en el camino y celebrar tus propios logros. ¿En qué áreas de tu vida te encuentras junto al camino?
La buena noticia es que no importa cuán lejano, oscuro, difícil o confuso pueda ser el camino hacia tu milagro, hay alguien que ya ha transitado por allí. Y todavía hace milagros. Su nombre es Jesús.
Cuando Bartimeo escuchó que Jesús de Nazaret estaba pasando por el camino, empezó a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!» Es interesante que a pesar de que no podía ver a Jesús por su ceguera, sus oídos le decían que El estaba allí. El testimonio de la multitud le aseguraba que Jesus estaba allí. De la misma manera es nuestra vida de oración, no podemos percibir con nuestros ojos físicos que Jesus esta con nosotros pero lo podemos sentir y el testimonio de lo que el hace a nuestro alrededor es un recordatorio que aun cuando no lo podemos ver, el esta obrando.
Bartimeo empezó a orar a Jesús, el hacedor de milagros. No dejó pasar la oportunidad. Incluso cuando la multitud trataba de silenciarlo, clamaba aún más fuerte.
«Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!» (Marcos 10:48)
Muchas veces en nuestras vidas, nos encontramos en una situación similar. Estamos al costado del camino, desesperados por un milagro pero sin signos de uno a la vista. Y cuando tratamos de orar, cuando tratamos de llamar a Jesús, enfrentamos nuestra propia multitud de voces de incredulidad, duda y culpa.
La incredulidad nos pregunta: «¿Para qué orar si nada va a cambiar?» La duda nos cuestiona: «¿Y si Dios no responde a tus oraciones?» Y la culpa nos murmura: «¿Cómo puede Dios escuchar a alguien como tú?”
Sin embargo, Bartimeo nos muestra un camino diferente. Cansado de estar junto al camino, decidió no sólo quedarse en su lugar sino levantarse y gritar aún más fuerte. Quería estar en el camino al milagro y no permitió que las voces de la multitud le disuadieran.
Hoy te invito a pensar como Bartimeo. ¿Estás cansado de estar al costado del camino, oyendo de los milagros de Dios en la vida de otros pero sin experimentar uno propio? Te tengo una buena noticia: ¡Jesús todavía hace milagros y vamos a testificarlo este verano!
Debemos recordar la verdad que se encuentra en la Biblia: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebreos 13:8). Dios no ha cambiado. Su voluntad para hacer milagros entre su pueblo no ha cambiado.
San Agustín dijo una vez: «La oración no es conquistar la voluntad de Dios, sino entregarse a la voluntad de Dios». Entonces, en lugar de dejarnos vencer por la incredulidad, la duda y la culpa, vamos a perseverar en la oración, entregándonos a la voluntad de Dios, y esperar con fe el milagro que él tiene preparado para nosotros.
Finalmente, Jesús lo llamó. Bartimeo se levantó, dejó su capa y se acercó a Jesús. Cuando Jesús le preguntó qué quería que hiciera por él, Bartimeo respondió: «Maestro, que recobre la vista». A pesar de que era obvio que necesitaba sanidad en sus ojos, Dios no opera a través de lo obvio. Opera a través de la fe. No te excuses diciendo, “Dios ya sabe lo que quiero”, ¿para que orar? Recuerda, Jesus no trabaja con lo que parece obvio, el opera a través de tu fe.
Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y enseguida, Bartimeo recobró la vista y comenzó a seguir a Jesús en el camino. Recibió su milagro, pero eso no lo alejó de Jesús. Por el contrario, comenzó a seguirlo. Es tentador enamorarnos del milagro y dejar de seguir al hacedor de milagros con la misma devoción e ilusion de antes.
Que en este verano de milagros Dios extienda su misericordia y te conceda las peticiones que estan en tu corazon y plasmadas en tu póster de sueños. Persevera y no desistas. Vence la duda, incredulidad y culpa.
Que Dios te bendiga!
Preguntas de aplicación:
1— ¿Cómo se manifiestan la incredulidad, la duda y la culpa en tu vida, y cómo pueden estar obstaculizando tu fe y tus oraciones?
2— ¿En qué áreas de tu vida te sientes «junto al camino» escuchando los milagros en las vidas de los demás, en lugar de estar en el camino hacia tu propio milagro? ¿Cómo puedes cambiar eso?
3— ¿Cómo puedes seguir el ejemplo de perseverancia de Bartimeo en tu propia vida, especialmente en medio de los desafíos que te hacen sentir que estás junto al camino y no en él?